El número de judíos en Albarracín alcanzó pocos años antes de su expulsión los 280, lo que significaba un 5% sobre el total de la población de la ciudad.

El número de judíos en Albarracín alcanzó pocos años antes de su expulsión los 280, lo que significaba un 5% sobre el total de la población de la ciudad. Sin embargo, los tributos que estaban obligados a pagar suponía una cuarta parte de la suma de todos los ciudadanos. Esta comunidad tenía un gran peso, por tanto, en la ciudad y además jugaba un papel fundamental en la economía puesto que una parte de ellos eran prestamistas que concedían pequeños créditos a corto plazo. El dinero era decisivo para muchas familias y artesanos que podían así aguantar hasta recoger las cosechas o vender la producción.

Estas son algunas de las conclusiones que se desprenden de la investigación desarrollada durante cinco años por el profesor de Historia Medieval y especialista en la cultura judía Miguel Ángel Motis, y el investigador y presidente del Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín Cecal, Juan Manuel Berges. La obra, publicada hace unos meses por el Cecal, lleva por título Los judíos de Albarracín en la Edad Media (1284-1492) y en ella se hace un exhaustivo repaso por los aspectos económicos, religiosos y sociales de las gentes que poblaron la judería de la ciudad hasta su expulsión.

El dinero hebreo que obtenían las clases más débiles en préstamo era para afrontar «las necesidades imperiosas de las clases más débiles», señala Miguel Ángel Motis. Son préstamos muy modestos en los que los judíos ponen en circulación el dinero que tenían ahorrado y obtienen un rendimiento de hasta un 20% anual, que es lo que permiten los fueros. Hay que recordar que los cristianos tenían prohibido el préstamo.

Según se desprende de la documentación consultada, de todas las obras que fueran en beneficio común, como la construcción y la vigilancia de la muralla o la limpieza de la ciudad, los cristianos pagaban la mitad porque eran muchos más, pero la otra mitad se dividía a partes iguales entre judíos y mudéjares, cuya comunidad era aún más reducida.

Además, los judíos también abonaban el 10% de los gastos de la Comunidad de Aldeas pese a que, salvo en Gea, no vivían en ellas. El motivo era que no les permitía mantener la vida religiosa activa, algo fundamental para esta comunidad.

A su vez, pagaban una pecha al rey porque no son ciudadanos de pleno derecho, no son aragoneses ya que para eso era necesario ser cristiano, aunque el Fuero Aragonés les protegía. «Los llamaban muy ilustrativamente los cofres del Rey», manifiesta Miguel Ángel Motis, quien añade que prácticamente el 50% de sus ingresos se les iba en pagar impuestos.

Juan Manuel Berges añade al respecto que su contribución al equilibrio presupuestario se palpó sobre todo tras la expulsión a finales del XV, cuando hay un reajuste económico para hacer frente a esa eventualidad de pagos.

Su perfil profesional era muy dispar, aunque destacan por su carácter agropecuario y su estrecha vinculación con el resto de la Sierra de Albarracín. Esta característica difiere diametralmente de la alhama de la ciudad de Teruel, mucho más mercantil y abierta; o la de Alcañiz, que sirve para articular el territorio porque es epicentro entre las ciudades de Huesca, Zaragoza, Teruel y el Mediterráneo y además tiene un carácter más filosófico y relacionado con la cultura a través de la academia rabínica que allí había instalada.

Los judíos de Albarracín regentaban las dos únicas tiendas que los investigadores han constatado que había en esa época en Albarracín, aunque no descantan que hubiera otras. «Es el típico comercio donde los serranos iban a comprar todo lo que no tenían, desde comida a baratijas o hasta sedas», argumenta Motis.

Los comercios se ubicaban en la calle Tiendas, en el interior de la ciudad que estaba reservado para los cristianos. Los judíos solo podían tener propiedades y dormir en la judería, por lo que se trata de establecimientos arrendados a cristianos. «Son magníficas tiendas, como las antiguas de ultramarinos, y además de vender productos también se firmaban pequeños préstamos y se cerraban negocios con los ganaderos», precisa el especialista en Historia Medieval. Los gerentes de estos comercios tenían agentes distribuidos por Aragón y Valencia y el tráfico de mercancías era muy dinámico.

En este sentido, Juan Manuel Berges concreta que «contribuyeron a que hubiera un dinamismo económico» y propiciaron un comercio fluido. «Eran intermediarios de los italianos que venían a comprar lana a Teruel y Valencia», asegura.

Los propietarios de estas tiendas pertenecían a las grandes familias de Albarracín que, a diferencia de los clanes pudientes de otros lugares, apostaron por quedarse en el territorio en vez de emigrar hacia la ciudad. Se trata, entre otras de las familias Barabón y Portella, que se integran en Albarracín y crean riqueza. «Los Barabón son propietarios pero no explotan, dan sus tierras y ganados a rento», comenta Miguel Ángel Motis. El procedimiento habitual era contratar a ganaderos mudéjares o cristianos y dividir la producción en dos, participando también de los gastos.

Estas familias de comerciantes y las propietarias de varios miles de cabezas de lanar eran las únicas de una clase social más alta, la inmensa mayoría de los judíos que habitaban en ese momento en Albarracín pertenecían a las clases medias y eran artesanos vinculados con la piel, el calzado o la lana.

La única actividad que sí desarrollaron según apunta el presidente del Cecal fue el cultivo de viñas para producir su propio vino, un producto necesario para los rituales hebreos.

Pese al peso demográfico que tuvieron los judíos en Albarracín y a que muchos de ellos se quedaron tras la expulsión convirtiéndose al cristianismo, los apellidos se han perdido.?Se debe a que los conversos adoptaban el de sus padrinos cristianos, uno común o el de las grandes familias de la zona para evitar ser estigmatizados.

Lo que sí se conserva, según explica Motis, es el apellido Albarracín en algunos judíos que ahora residen en Israel o Nueva York. Se trata, matiza el investigador, de los descendientes de los antiguos hebreros que vivieron aquí y que se hicieron llamar así para recordar sus orígenes. «Intentaremos rescatar todos esos judíos que se llaman Albarracín para reconstruir la madeja de su historia desde sus orígenes», dice el experto. Usar la localidad de la que partieron durante la expulsión como apellido no es algo inusual y el especialista apunta que también hay repartidos por el mundo judíos con el apellido Hijarano, en referencia a Híjar.

El experto aboga por publicar todos los apellidos de judíos hallados en la documentación consultada con el fin de localizar a alguno de los antiguos judíos que vivieron en Albarracín. El profesor de Historia Medieval indica que es «apasionante» rastrear la historia porque «descubres personas de carne y hueso».

En otros trabajos desarrollados por Motis en lugares como Daroca, Calatayud o Monzón han aparecido descendientes de los antiguos judíos que allí vivían. Y es que, según especifica, se trata de una comunidad que tiene «un gran amor hacia sus antepasados».

La sinagoga donde rezaban se convirtió en el siglo XVI?en la ermita de San Juan

La expulsión de los judíos de la península en el año 1492 obligó a los que residían en Albarracín a convertirse a la religión cristiana o a emigrar hacia otras tierras más tolerantes con su cultura. Esto provocó el abandono de la judería, que ocupaba lo que ahora es el barrio de San Juan, desde el albergue Rosa Bríos hasta la Torre Blanca –que no formaba parte de la zona hebrea-.

Allí encargaron a alarifes mudéjares y cristianos que levantaran sus casas, ya que entre la comunidad judía no había constructores. Los materiales empleados entonces fueron reutilizados tras su marcha para la construcción de viviendas en el interior del recinto amurallado cristiano.

El edificio más relevante de todos los que había en el interior de la muralla judía era sin duda la sinagoga. Se trata de una comunidad en la que la religión tiene un gran peso y el edificio, construido en el siglo XIV, era lugar de reunión para los miembros de la alhama.

Sobre este espacio se levantó en el XVI una ermita a la que se le dio el nombre de San Juan, que fue precisamente el apóstol a quien se le atribuye el bautismo de Cristo. La Fundación Santa María la restauró en 2003 y ahora es un aula educativa aunque mantiene su idiosincrasia.

El templo cristiano tiene las mismas medidas que presentaba la sinagoga por lo que se cree que tal vez no estaba derruida del todo cuando se comenzó a levantar la ermita que, además, está orientada hacia Jerusalén. Según el investigador Miguel Ángel Motis estos no son los únicos aspectos en los que se adivina la antigua sinagoga. A su juicio también las columnas que hay en el pórtico, que están un poco torcidas y muy desgastadas, pudieron ser reaprovechadas del anterior templo hebreo. Según explicaron desde la Fundación Santa María de Albarracín, durante la restauración de la ermita se realizaron unas catas arqueológicas y bajo el actual suelo apareció el ladrillo que podría ser el original de la sinagoga.

Los judíos daban mucha importancia a la religión, tanta que este es el principal motivo de que todos ellos vivieran en Albarracín y no en la comunidad de aldeas –salvo en Gea de Albarracín, en la que sí residían algunos–.

Medio millar de documentos inéditos y uno solo escrito en hebreo

Detrás de la historia de los judíos publicada por el Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín (Cecal) hay un arduo trabajo desarrollado por dos especialistas en Historia Medieval, Juan Manuel Berges y Miguel Ángel Motis. Ellos rastrearon entre medio millar de documentos obtenidos de diferentes fondos que van desde lo local a lo internacional. Entre los legajos recuperados tan solo aparece uno escrito en hebreo. Se trata de un documento cuya mayor parte del texto se recoge en castellano antiguo pero también hay varias líneas escritas en hebreo.

A juicio de Motis, el trabajo en conjunto entre él y Berges ha posibilitado «sumar esfuerzos y multiplicar resultados». El investigador destacó que del medio millar de documentos que pasaron por sus manos son todos inéditos salvo medio centenar. Comentó que la revisión de los documentos ha sido concienzuda, aunque añadió que la historia es algo vivo que no tiene punto y final.

La obra que ahora ha visto la luz «es fruto de cinco años del trabajo de dos personas y dedicadas de manera concienzuda», dijo. El proyecto se inició gracias a una ayuda de investigación concedida por el Instituto de Estudios Turolenses.

El resultado es una obra que permite conocer con detalle cómo era la vida de los judíos desde que comenzaron a asentarse en Albarracín en el año 1284 hasta su expulsión o conversión en 1492. Además, también se incluyen varios procesos inquisitoriales a los que fueron sometidos y los investigadores cuentan el relato de forma que resulta muy amena al lector y le permite hacerse una idea de cómo era el día a día de la comunidad hebrea.

No obstante, Motis comentó que la el tribunal de la Santa Inquisición no fue muy agresivo en la Sierra de Albarracín, por donde prácticamente pasó de largo. La Inquisición se centró principalmente en las grandes ciudades y en otras de reducido tamaño, como Teruel , también jugó un papel fundamental.

Fuente: Diario de Teruel