El conocido carpintero, que era el encargado del campanario, falleció hace un mes en Teruel
El día 27 de enero las campanas de la Catedral de Teruel lloraron. Ahora solo se tocan en momentos especiales, como el funeral de Diego e Isabel, pero la muerte de Pepe Ubé, el campanero de la Catedral, lo era. Él mismo las hizo sonar con sus propias manos desde que tenía seis años y toda su vida estuvo vinculada a ellas, incluso hizo creer a cada uno de sus hijos que vinieron al mundo bajo una de las que hay en la torre.
Él, al igual que los Amantes de Teruel, también tuvo que luchar por su amor, Nati, y ella, que había llegado desde Valladolid para trabajar de niñera, era lo único que no era turolense de todo lo que hubo en su vida. Los padres de Pepe preferían casarlo con otra mujer, una joven de Teruel de una familia con posibles, pero él hizo las maletas y se fue de casa porque estaba seguro de que era con Nati González con quien quería pasar el resto de sus días. Y lo hizo. Ella permaneció a su lado hasta el día de su muerte, hace ahora justo un mes.
Si algo recuerdan los familiares y amigos de Pepe Ubé es su eterna sonrisa. Siempre aparece con ella en las fotografías. Y es que el carpintero y campanero de la Catedral fue un hombre feliz como recuerdan sus tres hijos y con un gran sentido del humor: «Tenía esa ironía turolense» dice José Manuel Ubé, el pequeño de sus hijos, «y la mantuvo hasta el final», añade Ana, su única hija.
Una de las cosas de las que se sentía más orgulloso era de haber construido con sus propias manos el bombo más grande del mundo. Y con respecto al tamaño no admitía discusión porque tenía el certificado del Guinness que lo acreditaba como el mayor del mundo fabricado con piel natural. Precisamente ahí estuvo la complicación de construirlo, en hallar pieles lo suficientemente grandes como para hacer el parche de una sola pieza. En cuanto las localizaron, Pepe se puso manos a la obra aunque no fue tarea fácil. La construcción de este bombo fue idea de sus hijos José Manuel y Francisco, unos entusiastas de la Semana Santa a los que su padre no supo decir que no cuando le pidieron tal hazaña. Durante un año el padre, ayudado por sus dos hijos y algunos de los fundadores de la Casa del Tambor, como Pipo y Fito Rodríguez o los hermanos Herrero, construyeron paso a paso el instrumento con el que cada año se rompe la hora en la capital turolense desde 1994. «Supuso un gran esfuerzo e ingenio técnico», manifiesta su hija Ana.
En ese año Pepe ya llevaba tiempo fabricando tambores y timbales. Él fue pionero en Teruel en la construcción de instrumentos de percusión y sus señas de identidad es que eran de color negro y no llevaban ningún clavo. El primer timbal que fabricó fue para su hijo José y el bombo se lo regaló a Francisco. «Mejoró la propia técnica de cómo se hacían tambores y bombos con lo que le contamos nosotros que se hacía en el Bajo Aragón», dice orgulloso Francisco.
Nacieron en la Casa del Deán
Su familia estuvo a cargo de las campanas de la Catedral desde el año 1920. Tanto él como sus hermanos y hasta sus dos hijos mayores nacieron en la casa del Deán, que tradicionalmente la ocupan familias de artesanos a cambio de hacerse cargo de tocar las campanas de la Catedral. Antaño sonaban continuamente: para los funerales, para anunciar misa e incluso para alertar a los vecinos de que ocurría una emergencia como un incendio. En los últimos años cada vez se escuchan menos, pero el campanico sí sigue tañendo cada mañana minutos antes de las 10 de la mañana. Ahora está automatizado, pero durante décadas era Pepe el que subía hasta la torre de la Catedral para hacerlo sonar.
Quienes conocieron al carpintero de la Catedral, como se le conocía en Teruel, lo recuerdan sonriendo, aunque en su vida no todo fue un camino de rosas. Nació en el año 1930 y con seis años estalló la Guerra Civil española. «La pasamos en la cueva del taller de la carpintería por miedo a las bombas», escribiría el propio Pepe ya de adulto. Esa cueva cruza toda la plaza de la Catedral y comunica con los pasadizos subterráneos que hay por buena parte del centro de Teruel. Él y su familia estuvieron allí hasta que, como a otros muchos turolenses, los trasladaron a la Comunidad Valenciana. «Hacía 20 grados bajo cero y nos daban caramelos de Casa Muñoz, era Navidad», dice en sus recuerdos, «y nos llevaron andando hasta la Fuente Cerrada y de ahí a Segorbe», apunta.
Fue una guerra en la que «lucharon hermanos contra hermanos», decía él mismo, y le marcó tanto que siempre fue «políticamente escéptico», como lo define su hija Ana.
La familia de Ubé siempre ha estado muy vinculada a la Semana Santa de Teruel. El propio Pepe, que heredó el oficio de su padre, José, se encargaba cada año de supervisar los pasos que procesionaban en Teruel y también de la colocación del Monumento en algunas iglesias de la ciudad.
Como buen turolense, fue un apasionado de la Vaquilla, de la que disfrutó hasta casi el último año de vida junto a su mujer y a la cuadrilla de amigos de la peña del Siete y medio. Pepe era el alma de su grupo de amigos por su carácter juerguista y alegre, «aunque caviloso», matiza su hija, quien ahora también añora «sus silencios», dice.
Como carpintero lo que más le gustaba era trabajar con el torno, que era lo que le permitía sacar el artista que llevaba dentro. Pero a lo largo de su vida laboral tocó todos los palos y en su carpintería de la plaza de la Catedral construyó desde cocinas hasta armarios. Además de los trabajos manuales, una de sus grandes pasiones era la lectura, algo que supo inculcar a sus hijos hasta el punto de que dos de ellos son hoy bibliotecarios.
Las campanas de la Catedral ahora suenan de otra forma, están mecanizadas y ya no hay un alma detrás que les de calor, pero cada vez que tañen lo hacen mirando al cielo, mirando a Pepe, que siempre será recordado como el último campanero de Teruel.
Fuente: Diario de Teruel
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