Esta provincia sorprende con parajes montañosos que han visto levantar castillos de frontera y pueblos con una peculiar idiosincrasia y gastronomía.
Los callejones de Albarracín consiguen que la sensación de encierro se haga placentera. La falta de espacio hizo que sus viviendas se tuvieran que construir como toscos rascacielos de barro y madera. Ahora las fachadas se comban hasta que los aleros de los tejados parece que se fuesen a tocar. Pero en lugar de miedo al derrumbe, uno se siente perfectamente seguro en este escenario de fantasía.
LA HISTORIA DE ALBARRACÍN
Puede que nuestro instinto más primitivo perciba que estos edificios se erigieron, apelmazados sobre el prominente meandro del Guadalaviar, precisamente para gozar de la protección de sus acantilados, una vez que vivir en el valle comenzó a ser demasiado peligroso. A pesar de todo, el pueblo no estaba libre de amenazas y, con cada nuevo barrio, se fueron erigiendo nuevas murallas hasta fortificar el meandro al completo.
UN PASEO POR EL CASTILLO ÁRABE
Hay que tener un sentido de la orientación cercano a lo prodigioso para moverse por el casco viejo sin perderse. Al menos hasta que se haya conseguido una perspectiva elevada que ayude a asimilar el perfil del meandro. La más privilegiada se consigue desde su asentamiento más antiguo: el castillo árabe, la primera gran fortificación de esta ruta. Sirvió entre los siglos XI y XVI, y su declive fue la suerte de los arqueólogos, que encontraron en él un yacimiento casi único para estudiar un momento de la historia congelado, sin corrupciones posteriores. Sus hallazgos y conclusiones se muestran en un soberbio museo a los pies del castillo, en el antiguo hospital, donde se puede disfrutar de una colección de cerámicas del siglo XI, entre otras decenas de objetos.
LA PUERTA DE ENTRADA A LA SIERRA
Paseando sobre las murallas del castillo uno se pregunta cómo va a ser posible adentrarse en la sierra. Por suerte, los ingenieros de caminos supieron encontrar brechas en el barranco del Guadalaviar para evitar los tortuosos caminos tradicionales que subían y bajaban por montes. Ahora se disfruta de una carretera al abrigo de acantilados y bosques de ribera que, generosos, dan frescor en verano, dejan pasar el sol en invierno y colorean el otoño a juego con los ocres de las fachadas de Albarracín. Al llegar a la confluencia con el arroyo del Garbe se abre un universo de posibilidades. Hacia el sur se puede visitar la cascada del Molino de San Pedro, y hacia el norte las Celadas de Bronchales, un impresionante grupo de dolinas que muchos confunden con cráteres de meteoritos; continuando hacia oriente, a la altura de Calomarde, se puede recorrer el Barranco de la Hoz.
FORMACIONES DE RODENO
El paisaje más popular de la sierra lo constituyen, sin embargo, las formaciones de rodeno, unas areniscas de grano muy fino. El viento y el agua las erosionan con facilidad y dejan a la vista sus estratos de distintas tonalidades de rojo intenso, que forman una pareja perfecta con el verde de los pinos que se atreven a crecen por las escasas repisas del rodeno. Ni siquiera hace falta adentrarse por los barrancos de la sierra para encontrar un ejemplo suculento de este tipo de paraje: el Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno, que queda a un paseo del pueblo de Albarracín. Una ruta señalizada lleva por sus miradores y abrigos rocosos, donde se han encontrado diversas pinturas rupestres.
Y, DE REPENTE, UN CASTILLO
En el límite norte de la comarca se emplaza la segunda gran fortaleza de esta ruta por tierras turolenses. El castillo de Peracense se construyó sobre unas formaciones abruptas de rodeno que le servían como protección y cantera a la vez. Se trata de uno de los castillos más antiguos, singulares y desconocidos de España. No es de extrañar, teniendo en cuenta que cada una de las cuatro carreteras que atacan sus flancos es un plato para viajeros pacientes dispuestos a conducir lentamente. El premio no decepciona cuando ante la vista se alza un auténtico nido de águilas con escaleras y pasarelas que van trepando por la arenisca, y que suponen una experiencia en sí mismas.
La Sala Mayor, en el tercer nivel del castillo, hace equilibrios sobre un tormo que emerge sobre un promontorio. Es un mirador de excepción al paisaje de rodeno, pero sorprende quizá más por su concienzudo sistema de recogida de aguas, con tres aljibes, una infraestructura que permitía la supervivencia en caso de asedio. Hoy en día este conjunto fortificado suele quedar apartado de las rutas turísticas a pesar de que, como cuenta su pequeño museo, ha participado en grandes contiendas.
ALREDEDOR DEL ACUEDUCTO DE CELLA
Rumbo a la comarca del Maestrazgo, salimos de Albarracín tomando como guía el acueducto romano de Cella. Se trata de una obra de ingeniería tan discreta como fascinante. Se lo ha llamado el «acueducto del amor» por la leyenda sobre una princesa que rechazó a un rey moro diciéndole que le querría cuando el Turia (o sea, el Guadalaviar) vertiera sus aguas en el Ebro. Efectivamente, este acueducto de 25 km lo consiguió. El mito quizá contribuyera a la confusión, pues hasta la década de 1980 no se concluyó definitivamente que se trataba de una construcción romana y no musulmana. La historia se explica con detalle en el centro de interpretación de Gea.
La peculiaridad del acueducto de Cella es que no cuenta con puentes grandilocuentes de varias filas de arcos, sino que recorre el subsuelo, a veces a 50 m de profundidad y otras retorciéndose como una serpiente por las paredes de los barrancos. Hay tramos visibles desde la misma carretera, como la Galería de los Espejos, un túnel con aperturas al exterior a modo de ventanas. Pero merece la pena caminar hasta el barranco de los Burros y así ver que en su parte final se convierte apenas en una acequia, señal de que se llega a una llanura que da tregua antes del próximo destino.
EL PAISAJE DE LA SIERRA DE ALBARRACÍN
Para atravesar Teruel de oeste a este, desde la Sierra de Albarracín al Maestrazgo, hay que pasar por el Jurásico y el Cretácico. Desde los años 80, la provincia se ha convertido en la meca de paleontólogos de medio mundo, que han descubierto aquí diez especies nuevas de dinosaurios, entre las cuales el Turiasaurus riodevensis, el mayor de Europa. El hallazgo más reciente, en Camarillas en junio de 2021, sacó a la superficie cinco metros de la columna vertebral de un dinosaurio saurópodo con más de 145 millones de años. Dinópolis pretende dar a conocer este universo a través de una serie de centros de interpretación con sede principal en Teruel capital y otros siete repartidos por la provincia. Varios quedan de camino, como el Mar Nummus de Albarracín, la Región Ambarina en Rubielos de Mora o el Bosque Pétreo de Castellote. Además, en El Castellar hay un yacimiento con las huellas de estos animales extintos.
LOS AMANTES DE TERUEL
La capital de la provincia carece de castillo, pero su museo exhibe muchos de los hallazgos que se han hecho en las fortificaciones de la zona. Visitarlo marida bien con un paseo que engarce los templos mudéjares dispersos por la ciudad y que acabe frente al mausoleo de los Amantes de Teruel, junto al conjunto de la iglesia de San Pedro. De vuelta al camino, en La Puebla de Valverde abandonamos la llanura para jugar a los pueblos encadenados: de Mora de Rubielos a Rubielos de Mora, y de Rubielos de Mora a Linares de Mora. Hacemos un alto en el primero para visitar la tercera gran fortaleza de esta ruta.
EL COLOSAL CASTILLO DE MORA DE RUBIELOS
El castillo de Mora es uno de los mayores de Aragón. Tiene origen musulmán, pero tras la Reconquista fue cobrando su aspecto palaciego. En torno al patio de armas se detecta que sufre de una restauración errática e inconclusa. Pero sus entrañas le roban el corazón incluso a los que van prevenidos. En el sótano Alto y Bajo guarda galerías góticas descomunales, iluminadas con vanos que revelan muros de varios metros de espesor, y donde la roca natural aparece entre los sillares.
Desde el castillo se tiene una vista privilegiada de la vecina excolegiata de Santa María la Mayor, cuya una única nave con bóveda de crucería también sobrecoge por sus dimensiones y sorprende por su genuino calvario tallado sobre el altar. Desde Rubielos de Mora hacia el norte, la carretera comienza un ascenso paulatino que conduce a un universo de alturas sostenidas con pueblos que viven muy por encima de los mil metros. Entre ellos reina Mosqueruela, que nos hace sentir en la España más remota.
CANTAVIEJA, LA ENTRADA AL MAESTRAZGO
Cantavieja reposa sobre la cumbre plana de una peña que rebosa de casas, con sus fachadas apurando el espacio hasta el límite del precipicio. Vale la pena buscar un punto lejano desde el que contemplarla, pero luce incluso mejor callejeando por el recinto amurallado, especialmente en la plaza porticada que, por pequeña que sea, es una de las más evocadoras de Aragón. Es probable que sus 1300 m de altitud la hayan ayudado a conservar hasta la actualidad su atmósfera antigua, sus tradiciones y leyendas más famosas.
Acabamos de entrar en la comarca del Maestrazgo por la puerta grande, directamente en su capital. Una comarca cuyo nombre significa «Tierra de maestres», en referencia a los líderes de las órdenes religiosas que rigieron en esta demarcación hasta entrado el siglo XIX. La que tuvo una presencia más prolongada fue la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén, pero la que más ha influido en su fisonomía fue la orden militar del Temple. Esta ofreció protección a la comarca a lo largo del siglo XIII, durante la época en que era territorio fronterizo. De entonces datan las fortalezas que pueden verse en casi cada pueblo, por pequeño que sea, y cuyo sufrido aspecto actual normalmente no suele hacer justicia a las dimensiones originales. Cuando el rey Jaime II de Aragón comenzó a percibir a los caballeros del Temple como una amenaza, los expulsó. Un último reducto de monjes guerreros resistió en el castillo que habían construido en Cantavieja, y que aún asoma en el extremo norte del pueblo como si fuese la proa de un barco.
El pueblo sirvió de cuartel general a Ramón Cabrera, el tigre del Maestrazgo, uno de los más destacados y violentos líderes carlistas. Su paso por la comarca ha dejado mucha literatura y multitud de leyendas, algunas de las cuales recoge el Museo de las Guerras Carlistas, un espacio modesto donde cuelga la bandera con la cabeza de la muerte, como la de los piratas, que Cabrera adoptó haciendo una declaración de intenciones.
UN ESCENARIO DE PELÍCULA: MIRAMBEL
Los rincones de Mirambel, el siguiente pueblo hacia el norte, le sirvieron a Ken Loach para ambientar la guerra civil española del siglo XX. Para su Tierra y Libertad, el director británico buscaba un pueblo sin improntas de modernidad y quedó prendado de esta pequeña joya que suma poco más de diez calles y cien habitantes. Mirambel mereció el premio Europa Nostra, creado por la Comisión Europea para reconocer la conservación del patrimonio cultural. Destacan las ruinas del castillo templario, un par de palacios renacentistas y la galería del convento de las Agustinas Ermitañas, cerrada con una celosía de madera y barro sobre el Portal de las Monjas.
A decir verdad, tanta belleza ya venía atrayendo a varios productores españoles que habían hecho del pueblo un set de rodaje en varias ocasiones. También a literatos: Pío Baroja escribió en La venta de Mirambel (1931) muchas de las leyendas que le contaron del Maestrazgo. Pero nadie consiguió dejar tanta impronta como Loach. Cuando en 2019 visitó el pueblo con motivo del 25 aniversario del rodaje, los vecinos tuvieron el buen humor de colgar un cartel de «Bienvenido, míster Loach».
LA VISTAS DE CASTELLOTE
Continuando hacia Castellote la carretera se adentra brevemente en la provincia de Castellón, aunque sin abandonar el Maestrazgo. Seis comarcas, tres valencianas y tres aragonesas, se integran en la Mancomunidad del Maestrazgo, que viene a abarcar más o menos los límites de una región que alcanzaba el Mediterráneo. De vuelta a Teruel nos toparemos con Bordón, una de las varias localidades que fundó Aníbal, el cartaginés, en su camino hacia la conquista de Roma. Vale la pena parar a echar un vistazo a la iglesia de la Virgen de la Carrasca, originalmente de estilo gótico pero con muchos añadidos posteriores, que presume de unas hipnóticas pinturas murales en la bóveda, realizadas en el siglo XVIII.
Por fin en Castellote se alcanza el más ambicioso de los castillos templarios de la zona y el cuarto de nuestra lista, que custodia el pueblo desde una cresta inexpugnable. Desde su torre del homenaje se alcanzaba a ver el castillo de Morella, uno de los enclaves del Maestrazgo histórico. Hoy, sus torres y murallas han visto rebajada su altura en un buen puñado de metros, pero las vistas siguen siendo las más codiciadas de la región e incluso se puede ver el reflejo de Morella por la noche. También, por su flanco norte, se alcanza a divisar, en el barranco de las Lomas, el puente del Gigante, un acueducto de origen medieval parcialmente adosado al acantilado que confirma la importancia de esta posición en el pasado.
AL FIN, MORELLA
Morella es un punto de partida perfecto para conocer los monumentos naturales del Maestrazgo, situados en dirección oeste. Desde Cuevas de Cañart, con su romántico convento en ruinas de los Monjes Servitas, se puede visitar la fantasía geológica de las grutas de Cristal y el puente de Fonseca, un túnel excavado por el río Guadalope. Desde Molinos hay la opción de contemplar el barranco de San Nicolás y, más hacia oriente, los Órganos de Montoro, un cúmulo de torres calizas verticales, o las fuentes del Pitarque.
La comarca de Matarraña nace al noreste de Castellote como parte del Maestrazgo histórico aunque con personalidad propia. Poco a poco, desde Cantavieja, se iba perdiendo altitud y el ambiente seco y mesetario daba paso a una atmósfera más amable y mediterránea. El Matarraña se erige como la culminación de este proceso de cambio y aparece casi como un vergel, un terreno más amable que, para alegría de los agricultores, recibe las aguas de las montañas.
EL CASTILLO DE VALDERROBRES
Sobre el pintoresco casco viejo de su capital, Valderrobres, se alza el quinto y último de los grandes castillos de esta ruta. Lo ordenó edificar el arzobispo de Zaragoza a finales del siglo XIV, por eso su cámara dorada conecta directamente con la tribuna de la iglesia gótica de Santa María la Mayor, que además cuenta con un pórtico magnífico decorado con pasajes sobre la vida de Noé y los profetas.
El castillo de Valderrobres tuvo una vida muy corta, tanto que ni siquiera se concluyó y todavía pueden verse pedazos de roca natural que quedaron pendientes de recortarle a la montaña. Aun así, presenta estancias majestuosas que, tras una reciente restauración, albergan reproducciones de arte español. Frente al pórtico de la iglesia, el museo comarcal sorprende con una sala dedicada a Elvira Hidalgo, una soprano oriunda cuya carrera quedó eclipsada después de haberse convertido en la descubridora de Maria Callas.
EL PAISAJE DE BECEITE
El Matarraña toma su nombre del río que vertebra la comarca, que está considerado como uno de los mejor conservados de la cuenca del Mediterráneo. Nace en los Puertos de Beceite, un paraje geológicamente espectacular, con pliegues y cabalgamientos de estratos a la vista, acantilados con colonias de buitres, barrancos profundos como los del Parrizal y pozas esculpidas por ríos torrentosos.
Matarraña o Matarranya, Beceite o Beseit… En esta comarca se detecta una curiosa confluencia del acento aragonés con el catalán. Y es que, a pesar de que el macizo de Los Puertos o Els Ports emerge como una muralla entre Aragón, Cataluña y la Comunidad Valenciana, también es un nexo de unión entre sus habitantes y un anuncio del Mediterráneo que espera tras las cumbres.
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