La temperatura media en Lanzarote se mueve entre los 13 y los 21ºC en diciembre y enero, una horquilla que poco tiene que ver con la de Griegos, la localidad a la que llegó la familia Navarro Munt el 29 de diciembre de 2020. Es uno de los pueblos más fríos de una provincia ya de por sí fresca y tuvieron que pasar 22 días para que el termómetro alcanzara grados positivos porque la encargada de darles la bienvenida fue la borrasca Filomena. Su hijo Yago, de 5 años, que nunca había visto la nieve, la descubrió a lo grande. Los hermanos Navarro, Carlos y David, han llegado a la Sierra de Albarracín junto a sus familias procedentes de las Islas Canarias porque tienen raíces en Calomarde y siempre habían soñado con dar un giro a su vida y establecerse en la tierra de sus abuelos. Querían un día a día tranquilo, en libertad y sin aglomeraciones para sus hijos, un interés que comparten sus mujeres, María José Munt e Inge Van Olmen.
La familia Navarro Munt se ha asentado en Griegos mientras que la pareja formada por David e Inge reside en Noguera de Albarracín junto a sus dos hijos, Yeray y Jordi, de 7 y 5 años, respectivamente. Los 4 regentaban un restaurante a pocos metros del mar en Playa Blanca, junto al puerto deportivo de Lanzarote. En el negocio llegaron a trabajar 15 personas, además de ellos 4, pero la covid les dejó de un día para otro con una mano delante y otra detrás. “Aunque quisiéramos trabajar 24 horas al día para levantar el restaurante no podíamos, no había nadie que llegara a la puerta”, relata con amargura María José Munt.
Un negocio con 15 empleados
El 13 de marzo sirvieron los últimos platos en su negocio con capacidad para 80 comensales, una cuidada carta y diversas zonas, entre ellas una terraza de 600 metros cuadrados con acceso directo a la playa. El turismo internacional que estaban acostumbrados a atender dejó de llegar a la isla y ahora hace más de un año que su establecimiento está cerrado, como casi todos los que le rodean y el paro en la isla llega al 50%, detallan ellos mismos.
En 2020 pasaron por primera vez el verano en la Sierra de Albarracín, donde cada año iban pero fuera de la temporada estival, ya que julio y agosto era cuando más faena tenían en su negocio isleño. “Este año llegué enfermo, con taquicardias y grandes ojeras”, describe Carlos, quien añade que el confinamiento fue para ellos muy duro por la situación laboral. Esas semanas en Teruel le sirvieron para madurar la idea junto a su hermano y decidirse a dar el salto a la península.
“Era nuestro plan a medio plazo”, comenta David, “pero queríamos venir de otra manera, para emprender un negocio, no así”, añade. Detalla que tenían un crédito que terminaba en 4 años y su intención era, en ese momento, traspasar el negocio y emprender otro, posiblemente también hostelero, en la Sierra de Albarracín, donde tenían sus raíces maternas.
David ha encontrado trabajo en la granja de cerdos que hay en Torres de Albarracín, un oficio alejado del suyo, que es la restauración, pero que por ahora le vale. “La bolsa de empleo en hostelería en la Sierra de Albarracín siempre demanda gente, menos en este momento”, lamenta Carolina Jarque, técnica de Asiader.
Los hermanos Navarro quieren trabajar de lo suyo y no descartan más adelante montar un negocio porque llevan “en la sangre el emprender”, aseguran. Las dos familias vivían del restaurante de Lanzarote, donde Carlos y María José se ocupaban de la cocina, David era el jefe de sala e Inge se hacía cargo de la parte administrativa y contable.
La pandemia hizo que todos se quedaran sin trabajo de repente y sin posibilidad de traspasar el local, que es lo que habían previsto para el momento –fijado en el plazo de unos 4 o 5 años– de dejar la isla y lanzarse a abrir un nuevo negocio en Teruel.
Por el momento no se plantean el emprendimiento debido a la situación que hay, pero sí confían en que las cosas se arreglen y así Carlos y María José puedan encontrar un trabajo vinculado a la hostelería, que es a lo que se han dedicado siempre. Tampoco descartan regentar algún establecimiento que salga en concesión. “Emprender ahora mismo es un poco complejo, nos da gran inseguridad abrir un negocio, está la cosa incierta, pero esperamos que se arregle”, recalca David. Y es que, por mucha “ilusión y ganas de trabajar que tengas”, añade Carlos, “solo con eso no se pagan sueldos. Ahora sería suicida total”, sentencia.
Carlos y María José están encantados con las bajas temperaturas de su nuevo hogar y prueba de ello es que los 9ºC que hay en Noguera al caer la tarde no son suficientes para que ellos se pongan el abrigo, que llevan bajo el brazo mientras pasean. La sensación de Inge es otra porque ella se trasladó a España desde su Bélgica natal buscando el buen tiempo y, tras vivir en Cádiz y Lanzarote, todavía no se ha acostumbrado, después de dos meses, al frío de la sierra.
Los que están encantados con la libertad que tienen en sus respectivos pueblos son Yago, Yerai y Jordi, que ya conocen casi todos los rincones. “A Yerai lo estuvimos buscando un buen rato un día porque no aparecía y resulta que se había ido a una granja que hay al lado del pueblo para ver a las ovejas”, dice Inge.
No han llegado en el mejor momento para conocer a sus nuevos vecinos y relatan entre risas que cuando acabe la pandemia posiblemente no conocerán a nadie puesto que jamás han visto a las personas con las que ahora conviven sin mascarilla. Carlos y María José viven justo encima del Multiservicio de Griegos y precisan que es un punto de reunión del pueblo, al igual que el bar, donde ven a los vecinos o, al menos, sus ojos. Todos ellos coinciden en señalar la “seguridad” que les da estar durante la covid-19 en un sitio con poca población y prácticamente sin incidencia del virus.
La madre de Carlos y David dejó Calomarde con 16 años para emigrar a Barcelona, pero regresó cada verano y transmitió a sus hijos el cariño hacia el pueblo. Al morir los abuelos, los hermanos dejaron de veranear allí, pero cuando Carlos conoció a María José quiso mostrarle el lugar de los sueños de su infancia y ella quedó encantada. Tanto que en los 22 años que llevan juntos nunca faltaron en vacaciones. “El año que estaba embarazada no vinimos, de 7 meses no podía volar, pero teníamos tantas ganas que trajimos a Yago con solo dos mesecitos”, relata la mujer.
Las dos familias estuvieron al frente del establecimiento de Lanzarote durante 13 años pero reconocen que ellos son “peninsulares” y de forma periódica debían coger un avión porque necesitaban dejar la isla.
El hecho de que sus esposas apoyaran la idea de mudarse a Teruel y de que lo hicieran los 4 juntos fue el espaldarazo definitivo para esa vieja idea que rondaba en su cabeza. Inge Van Olmen es asesora de bienestar y trabaja desde casa, donde da clases de francés a una vecina del pueblo y pone voz a los mensajes que el dispositivo Alexa lanza en holandés, su lengua materna.
Los padres se unirán pronto
Sus familias han apoyado su decisión de trasladarse a la provincia de Teruel hasta el punto de que los padres de Carlos y David se unirán en unos meses a ellos y fijarán su residencia en Albarracín. En Calomarde tienen la casa familiar, pero es compartida, de ahí que hayan decidido buscar alternativas.
En la localización de vivienda contaron con la ayuda de Asiader a través del proyecto Pueblos Vivos y reconocen que fue un respaldo muy importante porque “ellos saben dónde tienen que buscar”, comenta María Jose.
Dejar Lanzarote tras varios meses con el negocio cerrado no fue fácil y a ello se suma que las medidas sanitarias derivadas de la pandemia hicieron que apenas pudieran celebrar una reunión con los amigos para despedirse. “Quedamos para tomar algo y estábamos en mesas separadas, fue muy triste”, dice María José Munt resignada.
El mayor número de llamadas de gente que quiere dar un cambio a su vida y se fija en el medio rural se produce, según señala Carolina Jarque, en momentos de crisis. Ya ocurrió con la de 2008, que en Teruel estalló un par de años después, y ahora con la pandemia sanitaria están confirmando la tendencia. De hecho, después de Semana Santa está prevista la llegada de otra familia a Noguera también desde Lanzarote: “Pero no nos conocemos, cada uno vivíamos en una parte de la isla”, comenta David Navarro.
Las crisis propician dar el salto de la ciudad al campo
El proyecto Pueblos Vivos lleva un par de años en marcha en la Sierra de Albarracín pero ha sido en los últimos meses, en plena pandemia sanitaria, cuando han llegado tres de las cuatro familias acogidas por el programa. Se trata de una iniciativa en la que participan 7 grupos de Aragón y tres de Teruel, ya que junto a Asiader (Asociación para el Desarrollo Rural Integral de la Sierra de Albarracín) están Adri Jiloca Gallocanta y Agujama, el grupo de acción local que opera en las comarcas de Gúdar-Javalambre y Maestrazgo.
La gerente de Asiader, Sagrario Sanz, precisa que las crisis propician los cambios radicales en la forma de vida de algunas personas y argumenta que no es solo la pandemia, en este caso, lo que lo motiva sino que se trata de personas que ya tenían esa idea en la cabeza “y han visto que ahora es la oportunidad”.
A traves de Pueblos Vivos han llegado a la zona un total de 7 adultos y 5 niños, instalados en Noguera, Griegos y Tramacastilla, a los que se sumarán después de Semana Santa otra familia de cuatro miembros procedente de Lanzarote y que vivirán también en Noguera. El hecho de que no sea la primera familia que este año 2021 llega de las Islas Canarias a la Sierra de Albarracín es totalmente fortuito ya que no se conocen entre ellos. “En total son 4 familias y 3 han llegado en plena crisis sanitaria, todos ellos querían un cambio de vida y han visto que ahora era el momento”, dice Sanz.
Duplicar el alumnado
La nueva familia que llegará después de Pascua lo hace ya con un contrato de trabajo de uno de sus miembros, que se incorporará a la granja porcina de Torres de Albarracín. Los dos hijos de la pareja se sumarán a los 7 que ya hay en el colegio de Noguera, que casi ha duplicado su alumnado al pasar de 5 a 9 niños con la llegada de los 4 pequeños procedentes de Lanzarote.
El objetivo de Pueblos Vivos es atraer a nuevos pobladores, pero buscando la colaboración de ayuntamientos y vecinos para que la inserción sea efectiva. La gerente de Asiader reconoce que hay muchas experiencias fallidas y que una de las acciones que se realizan en el marco del proyecto son talleres destinados a sensibilizar a la población local para que sientan que su colaboración en el proceso de adaptación es importante.
El proyecto incluye un acompañamiento a los nuevos pobladores para que conozcan el pueblo, la zona o el colegio, si es que tienen niños. También les ayudan a buscar vivienda, aunque Sanz matiza que las cuestiones económicas no son de su competencia: “Los ponemos en contacto con propietarios, sean particulares o ayuntamientos y se ponen de acuerdo entre ellos”, dice, para añadir que en ningún caso se ofrece vivienda o empleo, únicamente se les ayuda a buscar.
Normalmente no hay problemas para encontrar trabajo puesto que en la bolsa de empleo siempre surgen ofertas, salvo ahora, con la hostelería, que es uno de los principales motores económicos de la comarca, cerrada.
El problema más grave de esta zona, que es un mal endémico de toda la provincia, está en la vivienda ya que apenas hay oferta y, donde la hay, como en Albarracín o Bronchales, los propietarios prefieren destinarla a uso turístico, poniendo el beneficio económico por encima del social. “La vivienda sí es una dificultad”, apunta la gerente de Asiader.
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