Por Eloy Cutanda Pérez
En 1738 la Sala del Crimen de la Audiencia de Aragón mandaba a los alcaldes de los pueblos del corregimiento de Albarracín que no permitieran que se cortaran árboles de ninguna especie para poner enramadas que dicen mayos en las casas de los vecinos, ni otros puestos donde haya mozas, por los graves inconvenientes de riñas y muertes que se están experimentando. En la misma orden se avisaba sobre las penas (ocho años de presidio en África) que conllevaba rondar a deshora por la noche con armas o dar cencerradas. La advertencia no era nueva en otras zonas del país y en otras épocas, lo que lleva a pensar que la fiesta concitaba riñas que terminaban de mala manera
La literatura del Siglo de Oro proporciona excelentes referencias, muy cercanas a lo que es la celebración tal y como la conocemos. Cabe destacar dos aspectos: las fases en que se desarrolla, con matices y variantes según la zona, y la composición lírica mediante la que se retrata a la mujer. La puesta en escena y el tipo de estrofa tienen claros ejemplos en el teatro del siglo XVII de Lope de Vega, Tirso de Molina y otros. No sabemos hasta qué punto las obras de estos autores reflejan las formas festivas aldeanas ni cuánto hay de ideal en ese reflejo; tampoco conocemos si los espectadores adoptan las formas festivas de las representaciones dramáticas. Al fin y al cabo, en los mayos hay diversión, pero esta llega a mezclarse o evoluciona a una representación con director, actores, escenario y espectadores: aldeanos, cantantes, mayas en la ventana y mayos (ramos, árboles o enramadas).
Tocar en suerte
En La esclava de su hijo, Lope nos muestra una escena donde un mozo casa – empareja– hombres y mujeres. Hay quejas por quién ha tocado en suerte a quién, advertencias sobre celos. Fineo recrimina a Lisardo, pastor, que quiera destinar el mayo a nobles damas. Prosigue una disputa sobre a qué mujer ha de ofrecerse el mayo, de modo que ambos sacan las hondas y se apedrean. Al parecer, los matrimonios fingidos, nacidos del sorteo, también tenían sus impedimentos de clase. En La Peña de Francia, de Tirso, la pendencia surge cuando uno de los mozos quiere cortar otro árbol para plantarlo en la plaza, pues todos saben que en un pueblo solo puede haber uno y ha de cortarlo, plantarlo y echar la música el mozo al que le ha tocado la suerte.
Había que poner orden en la fiesta. Y uniformidad. Las obras del XVII nos recuerdan el origen de nuestros mayos, pero los matices que contienen éstas son muchos. En algún momento del siglo XVIII el jolgorio empieza a ser dirigido e igualado. La introducción de los mayos a la Virgen y el recitado canónico de unas estrofas de versos hexasílabos, precisamente aquellos que en el teatro se reservan para los parlamentos de los pastores o los cantos aldeanos, comienzan a dar forma a la representación. La gran similitud estructural de la fiesta que se observa en provincias de Teruel, Cuenca, Guadalajara, Toledo, Ciudad Real, Valencia, Albacete, Murcia, induce a pensar en un origen ordenado y dirigido. Lo mismo puede decirse de la música: algunas de las melodías son de finales del XVIII; otras, las de muchos pueblos serranos, lo son del XIX.
En ese siglo el impulso folclorista y la literatura costumbrista fijarán también las escenas. Polo y Peyrolón copia “el largo romance” del único mozo que lo recordaba. Él mismo reconoce la gran semejanza con los versos que Fernán Caballero publicaba en 1850. Ya en el siglo XX, Arnaudas recoge música y anota algunas letras. Escritor y musicólogo “escriben” el libreto de la obra que en adelante se representará cada año. La literatura y los lectores, la comedia y los espectadores se realimentan. La Iglesia y la justicia encauzan. El folclorista captura y recompone. Los medios de comunicación amplifican. Las instituciones ponen en valor el patrimonio. El pueblo se convierte en actor. E intenta divertirse.
Prensa local
La prensa turolense reflejaba el interés de personas e instituciones sobre los mayos. León Terbasa escribía en El Cronista de Teruel, en 1917: «ya llega la hora en que la sierra entona su saludo a la primavera, el canto de los mayos. ¡Los mayos! ¡Qué hermosa noche! Noche de música y amores, noche de entusiasmo, noche de risas». El maestro Miguel Francisco Ibáñez publicaba un artículo en La Voz de Teruel, el 15 de febrero de 1928, con el título Escenas de la vida rural: los mayos. En él se recogía la fiesta de tres de los pueblos de la sierra, Guadalaviar, Griegos y Villar del Cobo, que por su aislamiento –decía Ibáñez– «conservan vírgenes la mayoría de las costumbres de sus antepasados». Destacaba el autor las «canciones conservadas escritas en papeles mugrientos por los años y el uso» y el acompañamiento de la guitarra que va de mano en mano. La ceremonia terminaba al alba y los mozos esperaban ansiosos el día de San Juan para «bailar y partir la tradicional torta, en gran armonía con su maya».
Los periódicos de la provincia de esta época no refieren peleas de mozos en estas fiestas, como sí lo hacen otras cabeceras del país. La tónica general es el ensalzamiento, el cuadro costumbrista feliz, tradicional, de dulces músicas y melodiosos cantos. Mal, en fin, de muchos folcloristas llenos de entusiasmo. Pienso en una ronda de mayos, con jóvenes, música y alcohol de por medio; la cosa no tiene por qué terminar necesariamente en riña, pero sí es cierto que las guitarras destempladas, la falta de dirección y cuidado de los detalles no promueven los amorosos cantos. Efectivamente, no todo era tan idílico y cabe preguntarse hasta qué punto nos hacemos una idea equivocada de la extensión de la fiesta. El doctor Calvo escribía en El Mañana poemas de diversa consideración en una sección denominada Serpentinas. El 3 de mayo de 1929 presentaba una composición titulada Los mayos. En ella, tras describir el procedimiento de sorteo, señalaba una situación que no coincide con la exaltación que otras voces pretendían. Los tiempos eran otros —escribía— y otras eran las costumbres, que ya habían cambiado: «Hoy, con las excepciones / que confirman la regla, / mayo sorprende al mozo / metido en la taberna, / y encuentra a las mocitas / durmiendo a pierna suelta / porque del mayo el eco / no suena en las callejas / ni nacen en sus pechos / las ilusiones bellas».
Estudios universitarios
Al trabajo de los folcloristas pronto se uniría el interés de las instituciones. También en El Mañana se daba cuenta en 1930 de una nota de la Junta Provincial de Turismo remitida al alcalde de Griegos en la que se exponía el celo de las autoridades del pueblo a la hora de describir y propagar sus costumbres, entre ellas la relativa a los mayos. Esas iniciativas de promoción patrimonial y turística serían las que tras la guerra de 1936 permitirían el auge de la celebración en la ciudad de Albarracín. Precisamente allí Alan Lomax grababa el canto de Manuel Almazán en la década de los cincuenta. En los pueblos parecían olvidados. Que salieran a la luz sería obra de nuevo de los estudios etnográficos a partir de 1976 con Carmen Romeo y los estudiantes del Colegio Universitario de Teruel, que culminarían con la publicación en 1981 de Los Mayos de la Sierra de Albarracín. Romeo ya advertía que «casi todos los pueblos en la práctica los han perdido, los conservan únicamente algunas personas mayores, los jóvenes los desconocen. Se trata de un género en franca desaparición». Los años ochenta y noventa serán especialmente fructíferos: el trabajo de otros músicos, las concentraciones de grupos, la anual cita con los medios de comunicación, el cine, los cómics. Y en estos años del siglo XXI los recursos y facilidades de internet muestran el trabajo entusiasta de asociaciones en los pueblos.
La fiesta es motivo para que estos lugares vacíos acojan visitantes. Cada cual apuesta por la representación acorde con sus posibilidades. Es otro modo de encuentro entre las gentes. Los actos posteriores, como las enramadas de San Juan, quedan más deslucidos o ya olvidados. Este año la prohibición no viene de una Audiencia. Difícilmente habrá jolgorio. Quizás haya una puesta en escena diferente. Cántele el mayo a su maya por videollamada o responda como Garbín, el villano gracioso de Lope de Vega, cuando su dama le pregunta si ella también tendrá mayo:
Eso de mayos y flores
con laureles, con obleas,
es uso de las aldeas;
yo trato en cosas mayores.
Pondré a tu puerta un pernil
con sus rajas de canela,
vestido de pimpinela
y de almoradux de abril.
Y, en vez de oblea, colgando,
cuatro garrafas de aloque
y blanco, que amor provoque;
que se está amor desmayando,
cual dicen sin Baco y Ceres.
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