Pretenden impulsar el sector de la hostelería en la zona menos conocida de la comarca. La iniciativa se promueve desde Monterde, un municipio de menos de cien habitantes.
Viajar en globo, sobrevolando los paisajes ocres de la Sierra de Albarracín y el más extenso sabinar de Europa, ya es posible. Unos emprendedores de esta comarca, asentados en Monterde, ofrecen esta actividad con objeto de captar un turismo que, también en el mundo rural, se ha visto afectado por la recesión económica. «A grandes problemas, ideas imaginativas», es el lema de los empresarios.
Los vuelos se llevan a cabo desde Monterde, una pequeña localidad de tan solo 72 vecinos que se mantiene a duras penas, entre la agricultura, la ganadería y la incipiente actividad turística. No ha sido fácil poner en marcha este proyecto, por lo que Santiago Martínez, el propietario del Rincón de la Talega y promotor, ha tenido que echar mano de profesionales en esta modalidad de transporte aéreo de otras provincias para poder hacer realidad un viejo sueño. «Los viajes en globo son una actividad complementaria, una iniciativa novedosa que ofrecemos a la gente que está interesada, lo mismo que las rutas de ‘segway’ rural, con este vehículo y con guías especializados», explica Martínez.
Iniciar el vuelo de la aeronave desde la Sierra de Albarracín puede truncarse cuando menos te lo esperas, a causa de las rachas de viento imprevisibles. Por eso, los mejores momentos para emprender una aventura, al más puro estilo de Julio Verne, son las primeras y las últimas horas del día. «Es cuando menos azota el viento», cuenta Raúl Carbonell, el piloto de globo libre, que ha puesto la infraestructura de su empresa -Totglobo, de Bocairent (Valencia)- al servicio del Rincón de la Talega.
A las siete de la mañana, y sobre un campo que no está labrado, comienzan las labores para inflar el globo, una inmensa tela de rayas amarillas y azules, que una vez hinchada con dos potentes ventiladores, tiene un volumen de 180.000 pies cúbicos.
Aire calentado por quemadores
Calentar el aire de su interior con quemadores, alimentados por gas propano, y esperar a la racha de viento más propicia, alarga la espera de los viajeros. Pero toda demora es poca cuando el aerostato comienza a elevarse por los aires.
«El encanto del globo es dejarse llevar -dice Raúl Carbonell, con el pueblo de Monterde a sus pies-. Sabemos de dónde despegamos, pero no a dónde vamos; nos gusta dejarnos llevar por el viento».
La máxima altura que alcanza la aeronave, cuya barquilla tiene una capacidad para ocho viajeros, es de mil metros sobre el nivel del suelo. A esa cota es posible divisar Pozondón, Orihuela del Tremedal, incluso la muralla de Albarracín, una estructura serpenteante medieval que en la distancia hace pensar a los pasajeros en el recinto amurallado de China.
Raúl Carbonell, que provoca la elevación y el descenso del globo dependiendo de las corrientes de aire, dice que el viento es del suroeste. «Nos lleva hacia Santa Eulalia; se están cumpliendo las previsiones», concluye.
Los viajeros pueden ver la extensa masa de sabinas, una enorme mancha verde de 14.000 hectáreas por la que corretean ciervos y conejos de campo.
«Volar en globo proporciona una sensación dulce», afirma Luis Guerra, uno de los pasajeros. A su lado, su esposa, Pilar Martínez, no puede reprimir su emoción: «Este vuelo ha sido uno de mis sueños desde siempre. Ahora, solo me queda tirarme en paracaídas».
Después de una hora de navegación, y tras recorrer unos 40 kilómetros, la canasta aterriza en un suelo pedregoso, cerca de la cementera de Santa Eulalia. El viaje ha llegado a su fin.
Fuente: Heraldo de Aragón
Fecha: 19/07/2010
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