Javier Ibáñez González y Rubén Sáez Abad (Arcatur)
En marzo de 1810, tropas españolas se enfrentaron en dos ocasiones, en las inmediaciones de Albentosa, con el poderoso ejército napoleónico. El Castillo fue escenario de buena parte de estas refriegas; pero también, de otras muchas a lo largo de su prolongada historia.
El Castillo de Albentosa se encuentra en lo alto de un espolón rocoso, sobre el casco urbano de la población. Ocupa una magnífica posición, desde la que se controla el valle del río Albentosa, auténtico foso natural de 1,5 kilómetros de anchura y 100 metros de profundidad, que obstaculiza el tradicional camino que une la costa levantina con el valle medio del Ebro. Esta estratégica posición explica su casi continuada ocupación durante los últimos dos mil quinientos años. Y que haya sido escenario de todos los conflictos bélicos que han asolado este territorio, desde la Reconquista hasta la guerra civil.
En su subsuelo se conservan restos de un antiguo poblado ibérico, que prolongó su existencia en época altoimperial romana. También de un disputado hisn o castillo rural andalusí, ocupado y perdido en sucesivas ocasiones por los aragoneses durante los años 80 del siglo XII.
La posición fue definitivamente conquistada en 1195, quedando en manos de la Orden Militar del Temple, a la que ya se le había entregado en los años 1182-1187. Buena parte de las estructuras visibles pertenecen a la fortaleza construida por los monjes guerreros, como avanzadilla cristiana en el camino hacia el Levante.
Tras la conquista del Reino de Valencia, éstos decidieron permutar el señorío por distintas posesiones en el levante, aunque manteniendo el control sobre la iglesia parroquial y sus derechos asociados. De esta forma, el castillo pasó a manos del poderoso Jimeno Pérez de Arenós (1251); pero, al situarse dentro del territorio foral de la villa de Teruel, se inició una agria disputa, cuyo punto culminante fue su ocupación, manu militari, por los turolenses, que acabaron ganando el pleito (1271).
La posición debió ser ocupada por los castellanos durante la Guerra de los Dos Pedros. En los convulsos años 60 del siglo XV, marcados por disputas dinásticas, el castillo fue atacado en varias ocasiones. En 1464, Juan Gil Fernández de Heredia, señor de Mora, lo recuperó y entregó al concejo de Teruel, que instaló una guarnición permanente hasta, al menos, 1477.
Tras algo más de dos siglos de relativa calma, la fortaleza volvió a ser escenario bélico durante la Guerra de Sucesión; aunque los primeros años las noticias son escasas (muerte de un centinela del Regimiento de Dragones del Marqués de Boubil en junio de 1708 y de un recluta en marzo de 1711), los enfrentamientos aumentaron de intensidad en la primavera de 1711, culminando con la ejecución de 21 personas por los migueletes en las cercanas Casas de la Jaquesa (mayo de 1711).
Guerra de la Independencia
Un siglo después, el viejo castillo fue nuevamente objeto de fuertes enfrentamientos bélicos, asociados en este caso a la Guerra de la Independencia. A ellos nos referiremos monográficamente en un próximo artículo, la semana que viene. Y tras ellos, las sangrientas Guerras Carlistas, durante las cuales se acometió una importante reforma de la fortaleza.
En el año 1855, el vetusto castillo fue también testigo de otra cruenta batalla: la que libró buena parte del país con la bacteria Vibrio cholerae, causante del cólera. Los 104 fallecidos por la epidemia en Albentosa (1 de cada 9 habitantes) fueron enterrados en el Castillo, que pasó a desempeñar funciones cementeriales. Pero durante el siglo XX tampoco se libró de los episodios bélicos, como lo demuestra la red de trincheras excavadas durante la Guerra Civil.
La vieja fortaleza templaria es un recinto de planta ligeramente romboidal, de 39 x 41 metros de lado (1.500 metros cuadardos de superficie), con una torre en cada una de sus esquinas, orientadas a los cuatro puntos cardinales. La torre meridional es circular y de reducidas dimensiones; la oriental y la occidental debían ser de planta poligonal. La torre septentrional, descubierta en las excavaciones arqueológicas de 2009, es de planta cuadrada, maciza y de mayores dimensiones que el resto; protegía la puerta de acceso al castillo, que estaba abierta en el flanco Noroccidental. A los pies de los muros del flanco septentrional, como refuerzo a las defensas, se conservan los restos de un antiguo foso, de cronología no precisada.
En 1839, en plena Primera Guerra Carlista, los liberales plantearon una importante reforma, de la que se conservan dos planos, realizados con tan sólo dos semanas de diferencia: el Proyecto de las obras para el Castillo de Alventosa, (28-11-1839) y el Plano del Castillo de Alventosa (12-12-1839). Este segundo, firmado por A. S. Osorio, es el más detallado, diferenciando «lo ejecutado hasta la fecha» (básicamente, edificaciones medievales), de las obras «que faltan por ejecutar»; de estas últimas, parte eran recrecimientos de estructuras preexistentes y otras eran de nueva factura.
La fortificación resultante de la reforma poseía un doble recinto. El recinto interior ocupaba el cuadrante meridional, en torno a una gran torre adosada a la torre circular (“garitón”), con almacén para víveres en planta baja, habitación para tropa en la primera y habitación para oficiales en la planta segunda. El recinto también constaba de un pequeño patio, tres torres poligonales (en una de las cuales se abría la puerta de acceso), las cocinas y un edificio adosado para los soldados (“cuadra para la tropa”).
Los otros tres cuadrantes restantes estaban protegidos por el recinto exterior; en él estaba integrada la torre septentrional “que defiende la población”, que contaba con polvorín y habitación para la tropa. Este espacio albergaba el horno, los “comunes” y un edificio empleado como “cuadra para caballerías” con “cuartos para cebada y paja”. Todo el conjunto estaba protegido por abundantes aspilleras y alguna tronera.
Las diferencias entre el plano de Osorio y el Proyecto realizado unos días antes, consistían en algunas de las obras que estaba previsto ejecutar, así como en la ubicación de algunas de las construcciones, como el horno.
Visita al Castillo
La visita al Castillo es libre y gratuita. Se conservan buena parte de las estructuras perimetrales y las trincheras. También se puede recorrer el “Camino del Castillo”, dotado de paneles y mesas de interpretación, que parte de la puerta de la iglesia y que asciende por el Vía Crucis hasta el Mirador del Castillo, dedicado a la fortaleza y a la “aldea perdida”. Del camino también parten cuatro pequeñas sendas, que acaban en un mirador. El Mirador de la Rocha, con excelentes vistas a la fachada meridional del Castillo, está dedicado a la larga historia de la fortaleza y a los acontecimientos bélicos en los que se ha visto envuelta. El Mirador de las Peñas, que ofrece panorámicas del entorno, se centra en al pasado templario del enclave. El Mirador de la Cueva, contiguo a las trincheras y a la cavidad que le da nombre, está dedicado a la Guerra Civil y a las leyendas existentes en torno al Castillo. Y, por último, el Mirador del Viaducto, situado sobre un gran puente del Ferrocarril Minero, cuenta con una mesa de interpretación dedicada a Albentosa, como nudo de comunicaciones. El recorrido cuenta con dos puntos habilitados para el descanso.
Un escenario digno de las andanzas del mismo Satanás
Albentosa es un territorio muy propicio para la leyenda. Cuentan que, en tiempos inmemoriales, fue escenario de las andanzas del mismísimo Satanás, que para obtener el alma de una pastora no dudó en construir el puente de la Fonseca en una noche; la incauta mujer se salvó gracias a que tres gallos cantaron justo antes de que el Maléfico colocase la última piedra. Los pastores también son protagonistas en la aparición de la Virgen de la Cueva Santa, a la que se le atribuye la milagrosa curación de un leproso. Otro hito religioso, el Peirón del Fraile, marcó el lugar en el que fue asesinado Pepe “el Fraile”, víctima de las intrigas que pretendían la destrucción del testamento que custodiaba.
En el caso del Castillo, su pasado templario y la presencia de una pequeña cueva bloqueada por un desprendimiento, contribuyen a que esté rodeado de un halo de misterio. Por eso, no es de extrañar que se hable del hallazgo de una espada y otros objetos dentro de la cavidad; o de una galería que comunicaba el castillo con la iglesia. También hay una tradición que narra como el rey Jaime I, que retornaba de una de sus campañas hambriento y cansado, pasó por el pueblo en el momento en el que los vecinos estaban congregados en el Castillo para la comida de la Cofradía de Nuestra Señora de los Ángeles. Al no ser cofrade, una anciana le negó el acceso al monarca, que decidió integrarse en la cofradía haciendo donación del Molino de Arriba y de la Rocha de las Carrascas.
También se ha propuesto que Albentosa sea el inusitado escenario de una vieja historia situada en el año 778 y recogida en un romance del siglo XV, publicado por primera vez en el Cancionero de romances por Martín Nucio en 1550. Se trata de la “Muerte de Don Beltrán”, caballero francés de la corte de Carlomagno que entró en tierra de moros, donde le dieron muerte. El suceso lo sitúan en un prado contiguo a un curso de agua, en un lugar llamado “Alventosa”, a varias jornadas de Roncesvalles; en este sitio había una fortificación musulmana, situada cerca de un puerto (de montaña), a la salida de un “arenal”. Aunque este escenario (y el propio hecho), debió ser inventado, lo cierto es que coincide bastante bien con Albentosa.
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