Teruel es desde este viernes una villa del siglo XIII para recrear la historia de Diego de Marcilla e Isabel de Segura, sus amantes, la historia de amor más triste y a la vez más bella, que ocurrió en esta ciudad en el año 1217. Este sábado por la tarde se vivirá uno de los momentos más emocionantes del fin de semana cuando llegue Diego, se entere de que Isabel se casó con Pedro de Azagra y muera de amor después de que ella le niegue un beso.
Eso será este sábado, en una jornada llena de representaciones callejeras, un torneo medieval o el Toro Nupcial en la plaza del Torico. (Ver programa oficial).
Isabel se casó el viernes
La resistencia que mostró Isabel de Segura a su enlace con don Pedro de Azagra, porque todavía no había finalizado el plazo de cinco años dado a Diego de Marcilla para volver a Teruel, no impidió sin embargo que se tuviera que casar con don Pedro de Azagra. La escena teatral fue seguida el viernes por cientos de personas que se aglomeraban en la plaza de la Catedral para vivir en directo la representación que da nombre a esta recreación histórica, que llega ya a su edición número 24 y que es Fiesta de Interés Turístico Nacional desde 2016.
La comitiva nupcial recorrió las calles del mercado pero cuando llegó al atrio de la catedral, los invitados se toparon con los malos presagios de Simonica, la curandera, que auguró que iba a ocurrir “una tragedia”. El tenente ordenó a los guardias que se la llevaran para que no empañara una ceremonia entre familias principales.
Pero aun así faltaba la pieza más importante: la novia. Unos niños se encargaron de contar lo que había acontecido en casa de Isabel. “Ha rasgado su vestido y ha pisoteado la corona”, contaron para desvelar que su padre le había tenido que dar dos bofetadas para hacerla entrar en razón. Y lo hizo. Una novia, interpretada por Alba Sánchez, con el semblante muy serio, que contrastaba con el carmesí de su sobretúnica, se acercaba al atrio conducida por sus padres.
Allí se encontró con su futuro marido, don Pedro de Azagra, interpretado por Jesús Calvo, ataviado con ricos ropajes en tonos azules que demostraban que procede de una familia de alta alcurnia.
No en vano su hermano, el tenente y señor de Albarracín, y su esposa doña Elfa están sufragando todos los gastos y estuvieron pendientes de que el enlace transcurriera sin más incidentes, pero no pudieron evitar que el pequeño de los Marcilla interrumpiera la ceremonia para increpar a Isabel y recordar que había que esperar que se cumpliera el plazo dado a su hermano para casarse con él.
Como Simonica, el niño salió en volandas, llevado por los guardias y la ceremonia pudo proseguir presidida nada más y nada menos que por cinco religiosos: el obispo de Albarracín, que llegó algo dolorido; el párroco de Santa María, el arcediano y el racionero incluso el nuncio del papa Honorio III, Jacinto Boboni.
El enfado de Isabel por tener que casarse con un hombre al que no quiere se hizo también patente cuando le giró la cara para no darle un beso tras la ceremonia. Pero una insistente doña Elfa, que hizo de anfitriona del enlace con su alegría y desparpajo, consiguió que finalmente se dieran un beso, delante de todos los invitados, público incluido, presagio del que le negará hoy en vida cuando se encuentre con Diego en el balcón de su casa.
No faltaron los regalos. Un lobezno de ocho meses para proteger el nuevo hogar. Y tampoco la espectacularidad del vuelo de un halcón que voló hasta el cetrero con la bolsa de las alianzas, que la aya de Isabel cogió y tiró al suelo para mostrar su disgusto con esta boda.
No puede haber un enlace sin brindis de los novios, y este corrió de manos de la cervesia Ambar, un líquido que “estimula el espíritu”, y “evita enfermedades” (no hay que olvidar que le agua en el siglo XIII no posaba por potabilizadoras).
Con un vivan los novios, auspiciado por los patrocinadores del convite: el tenente y su esposa, finalizó la ceremonia. Una representación teatral que fue dirigida por la directora Marian Pueo.
Los novios montaron a caballo para desfilar ante un público entregado, que no paraba de grabar con sus móviles para inmortalizar la escena teatral. Muchos eran turolenses, que ayer cogieron fiesta en sus trabajos, pero también muchos visitantes que vienen atraídos por la fama de esta recreación histórica. Entre ellos se encontraban Ana María, su pareja y sus hijos pequeños, que venían de Córdoba. “Tenemos aquí familia y hemos venido para vivir esta fiesta”, contaron. Nunca antes habían estado coincidiendo con Las Bodas. “En Córdoba hay un mercado medieval en enero pero nada tiene que ver con lo que se vive aquí”, aseguraron.
Como ellos muchos turistas llegaron ya el viernes para vivir el primer día de la recreación, aunque la primera representación teatral tuvo lugar el jueves por la noche.
El sábado se espera que sean miles las personas que visiten la ciudad, ya que se calcula que triplica su población durante el fin de semana.
El viernes por la mañana ya estaban montadas las 150 jaimas de los grupos y los cerca de 240 puestos del mercado medieval. Por la tarde se sucedieron las representaciones teatrales en la plaza del Torico y en la plaza de la Catedral, donde se han colocado los escenarios para las representaciones que reproducen situaciones que se podrían dar en el siglo XIII. También para dar salida a la cantera de jóvenes actores que quieren participar en Las Bodas de Isabel. Así, se representó la escena de Doncellas y Donceles, que había dejado de realizarse en las últimas ediciones, para lucimiento de esos jóvenes talentos, dirigida por Sixto Abril. Él es también responsable de las danzas medievales que pueden verse por las plazas de la villa.
Y es que hasta esta tarde, cuando llegue Diego de Marcilla y se escenifique la tragedia con su muerte, la ciudad de Teruel, convertida en una villa medieval, se encuentra de fiesta por el enlace entre miembros de dos familias principales y porque se ha recibido la visita del joven rey Jaime I. Anoche, los representantes de la sociedad turolense fueron a recibirle con sus mejores galas y productos.
La presencia del rey ha atraído también hasta la villa a los soldados y huestes, órdenes militares que le rinden honores o almogávares dispuestos a guerrear por el monarca a cambio de unas monedas.
Todo este ambiente transforma durante unos días el Teruel del siglo XXI en una villa medieval que vive a la sombra de sus espléndidos monumentos mudéjares.
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